viernes, 10 de diciembre de 2010

Un capitán fuera y dentro de la cancha


           
           A lo largo de los años, el deporte estuvo ligado a la política. A veces de una manera misteriosa y oscura y otras veces como método para unir a las masas. Un caso claro fue el de la Copa del Mundo de Rugby en el año 1995. Dicho torneo se disputó en Sudáfrica en medio de un ambiente bastante revuelto. El apartheid había finalizado pero todavía la democracia no se había asentado por completo. Francois Pienaar, capitán de los Springbooks en el Mundial, de a poco fue teniendo consciencia de que la selección sudafricana de rugby tenía mas responsabilidades que ganar la Copa del Mundo de 1995.

            Pienaar era el “enganche” de los Springbooks. Creció en una zona industrial al sur de Johanesburgo y a 750 kilómetros al este de Upington, llamada Vereeniging. Su padre era un trabajador en la industria del acero. Su familia no era de clase alta pero tampoco pertenecía a los sectores más pobres del país africano. A pesar de que Francois se avergonzaba del coche familiar, de los regalos que recibía en Navidad, su familia tenía una casa grande con dos criadas negras.

            "Éramos una típica familia afrikaner de clase obrera, con escasa conciencia política, que nunca hablaba de ello y se creía por completo la propaganda de entonces.", así es cómo describió Pienaar a su familia. El capitán de los Springbooks, en su adolescencia nunca se detuvo a pensar en por qué los blancos tenían más derechos que los negros. Los únicos enemigos de Francois los tenía dentro de la cancha y eran los ingleses.

            Medía 1,92 metros de altura y pesaba 120 kilos, casi todos de músculos. En 1981, los Springbooks realizaron una gira por Nueva Zelanda. Allí fue el primer contacto que tuvo el rugbier con la política. La población neozelandesa estaba dividida. Una mitad estaba eufórica debido a su pasión por el deporte y la otra intentaba boicotear cada partido que la selección sudafricana disputaba. La familia Pienaar, al ver a los policías antidisturbios aporreando a manifestantes vestidos de payasos, quedaron realmente asombrados.

            Francois se crió muy cerca del rugby y muy lejos de la política. En 1993 fue convocado para jugar con el conjunto nacional. Capitán desde el primer partido en que vistió la camiseta verde y oro, se supo ganar el cariño de la gente a base de garra y compromiso. 

             "No me pareció en absoluto el producto típico de la sociedad del apartheid. Le encontré muy simpático y tuve la sensación de que era progresista. Y había estudiado. Era licenciado en Derecho. Era un placer sentarse a charlar con él.", así se refirió Nelson Mandela, con respecto a Pienaar, luego de una reunión que mantuvieron en el despacho del presidente sudafricano.

            De a poco Francois se fue concientizando en el momento histórico en el que el destino lo había colocado. No fue sólo por él. El presidente Mandela tuvo mucho que ver en ese importante e imprescindible cambio. El líder negro sabía que el rugby era el único medio para unir a los blancos y a los negros. Pero tenía que ser en medio de una victoria, una victoria grande.

            En vísperas de la Copa del Mundo de 1995, los Springbooks habían perdido sus amistosos y no llegaban con buen ánimo al torneo más importante. Los periodistas los criticaban duramente y parecía que el sueño de Mandela, y ahora de Pienaar, se había derrumbado. En el Mundial, el primer partido contra Australia consiguieron la victoria y en ese instante se vio una luz de esperanza.


            Después de Australia vencieron a Rumania, Canadá, Samoa y Francia hasta llegar a la esperada final, frente a Nueva Zelanda. Los All Blacks no sólo tenían al mejor equipo del mundo si no que tenían al mejor jugador, Jonah Lomu. Parecía una misión imposible. Pero la relación entre negros y blancos había mejorado ampliamente y Nelson Mandela se había ganado a la gente que hacía años lo quería ver en la cárcel o hasta muerto. Todo era posible en la Sudáfrica de ese momento. 


            La final se celebró en Johannesburgo y fue victoria para los Springbooks por 15-12. Sudáfrica no había podido disputar los mundiales de 1987 y 1991 por su régimen del apartheid. Ahora parecía otra nación. Anfitrión, campeón y con una democracia en proceso de reinstauración. Al finalizar el encuentro Francois Pienaar, en una entrevista en el campo de juego, dijo que no se sintió alentado solamente por 60.000 personas sino que se sintió alentado por 43 millones.

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